Un nuevo comienzo

Giró el rostro hacia Kazuky y sonrió ante sus palabras.

―El jardín colinda con un bosque y, un poco más al fondo, hay un pequeño lago. Tengo entendido que el lugar se ha conservado así porque no hay mucha gente interesada en alejarse demasiado de la ciudad ―soltó una risita ante eso porque, curiosamente, ella era bastante feliz alejada del bullicio, luego agregó―. Si gustas, podemos ir a dar un vistazo por la mañana, ya que el sol haya salido.

Se le veía bastante tranquilo y esperaba que eso durara por bastante tiempo. Ambos iban a comenzar a vivir juntos, así que en verdad deseaba que él se sintiera cómodo con el lugar.

―Te lo agradezco mucho ―dijo sin dejar de sonreír y después agregó un poco ruborizada―. Aunque me temo que no he sido yo quien diseñó y arregló esta casa. Fue mi abuelo. Él mandó construir este lugar y se encargó de arreglarlo todo para que yo pudiera vivir aquí cuando él ya no estuviese ―giró nuevamente hacia la ventana de cristal y dejó que sus ojos se pasearan por toda aquella extensión de tierra y césped mientras repasaba en su mente las últimas palabras dichas por el dragón, después suspiró con suavidad y, muy lentamente, tomó una de las manos de Kazuky con una de las suyas para después mirarlo a los ojos―. Espero que esos recuerdos lleguen a multiplicarse… de verdad ―sonrió un poco más ampliamente y agregó―. Ahora esta también es tu casa, por favor no lo olvides.

Después lo soltó y caminó hacia el lado derecho de la habitación, en donde había una puerta de caoba. Se detuvo un momento y tocó el pomo dorado con la mano que tenía libre, después de un par de segundos giró finalmente la manecilla y sonrió mientras volteaba hacia él.

―Este es mi lugar favorito de toda la casa, así que espero que a ti te guste también.

El cuarto de música.

El lugar no era tan amplio como la sala, pero igualmente era espacioso. Tenía un pequeño sillón de piel que se encontraba apoyado contra una pared, un par de sillas adicionales, en caso de haber invitados, y un par de muebles que se encontraban tapizados por partituras y discos compactos de música clásica. Pero, sin duda alguna, lo que más llamaba la atención no era el exquisito gusto con el que había sido decorado aquel cuarto, sino el piano negro de cola que se encontraba junto a una pared y la vitrina en la que descansaban tres hermosos violines, misma sobre la que había un retrato que en aquel momento se encontraba cubierto por una persiana.

Curiosamente, la vitrina tenía espacio para cuatro instrumentos, aunque solamente hubiera tres dentro de ella en aquel momento.

―Me gusta mucho ―dijo con una sonrisa mientras giraba un poco hacia él y sus mejillas se teñían levemente de rosado, después avanzó hacia el interior de aquella habitación y sus ojos se suavizaron ante los recuerdos que comenzaban a acudir a su memoria―. Una vez me dijeron que mi madre era violinista y que mi padre amaba el piano, aunque nunca se dedicó a ello… ―guardó silencio por unos instantes y después agregó con una pequeña sonrisa―. Supongo que está en la familia.

Lo sintió moverse dentro del cuarto también y no pudo evitar mirarlo mientras acariciaba las teclas del piano. No podía asegurarlo, pero casi podría jurar que él también estaba recordando algo sobre su pasado.

Sonrió al escuchar su comentario con respecto a los violines y se acercó a la vitrina por reflejo, acariciando por encima del cristal el “Guarnerius” que había recibido como parte de su herencia al cumplir los dieciséis años.

―Mi abuelo amaba la música y en algún punto de su vida comenzó a coleccionar instrumentos ―su rostro se dulcificó al recordar la manera en que aquel hombre la había enseñado a tocar su primer violín y continuó―. A pesar de nunca haberse dedicado a ello, solía tocar de vez en cuando y procuró que todos sus nietos nos involucráramos de alguna manera ―su mirada se apagó un poco al recordar el desdén con el que sus primos habían recibido los instrumentos que su abuelo les había dejado al morir.

Ninguno de ellos había sabido que cada uno de ellos valía una verdadera fortuna. Y eso la incluía a ella, que, sin saberlo, poseía tres violines que fácilmente podrían sostener a una familia por varias generaciones.

Airi alzó la mirada hacia el cuadro que el dragón había mencionado y los colores inmediatamente se le subieron al rostro.

―N-No es ninguna molestia, desde luego que no… ―se movió un poco inquieta y, a pesar de que sus mejillas ardían levemente, continuó―. Es un cuadro que mi abuelo mandó a pintar cuando yo tenía cuatro años ―lo miró de reojo, aún ruborizada y preguntó―. ¿Q-Quieres verlo? No me molestaría mostrártelo si es que tú quieres…

Sus ojos azules se posaron una vez más en la pintura y, por unos instantes, recordó lo que su protector solía decirle respecto a éste: “Quisiera volver a verte sonreír así, Airi… Quiero que seas feliz otra vez.”

Ese había sido uno de los últimos deseos que su abuelo había pedido antes de fallecer. Un deseo que nunca pudo ver hecho realidad.

Spoiler:

Abrió los ojos sorprendida al sentir aquel roce contra sus labios y el rubor que había estado adornando su rostro desde hacía unos instantes no hizo más que extenderse un poco más. Era evidente que el chico no intentaba presionarla o sacarla de su zona de confort y eso la hacía un poco feliz puesto que, en el pasado, no mucha gente había tenido ese tipo de consideraciones con ella.

―No me molesta ―dijo con más seguridad esta vez y, aunque aún se encontraba ruborizada, continuó―. Si tú estás bien con eso, entonces yo también ―una amplia sonrisa se dibujó en su rostro y agregó―. Además me gustaría poder ver tu foto, si no te molesta.

Giró el rostro hacia el cuadro y su mirada se suavizó. Había muchas cosas que quería saber de Kazuky, pero sabía que era demasiado pronto para hacer preguntas y, si debía ser honesta, quería que él se abriera a ella y que ambos pudieran llegar a conocerse mejor.

Se sentía bien a su lado y quería estar ahí para él. Pasara lo que pasara.

―Creo que también nos parecemos en eso ―soltó una risita y continuó―, ambos amamos la música y nuestra familia está muy ligada a ella ―giró ligeramente el rostro hacia él y agregó―. Espero que algún día me permitas escucharte tocar ―dijo sin dejar de sonreír, después avanzó hacia el retrato y colocó una mano sobre la persiana que lo cubría.

Aquel cuadro llevaba demasiados recuerdos consigo. En aquel entonces su vida no había sido tan complicada y, a pesar de haber perdido a sus padres, ella había sido una niña bastante feliz durante un tiempo. Había compartido todo tipo de alegrías con su abuelo y aprendido a sobrellevar la pérdida de aquellos a quienes más amaba.

Entonces fue llevada a la casa principal de la familia Sena y todo eso había cambiado.

Airi separó los labios y dejó escapar un ligero y casi imperceptible suspiro. Todo aquello había quedado atrás. Tenía que dejarlo atrás. Retiró la persiana con un movimiento suave y observó a aquella versión en miniatura de sí misma que sonreía felizmente. Aquel había sido el cuadro preferido de su abuelo, para rabia de muchos de sus familiares.



No pudo evitar sonreír un poco ante aquella imagen. Esa clase de sonrisas habían desaparecido por completo de su ser pero, de alguna manera, no podía evitar creer que, quizás con el tiempo, eso cambiaría.